POLÍTICA ARGENTINA
Republicanismo, política y antipolítica
Fernando Alberto Balbi
Plaza de Mayo, 24/03/23 (F.A. Balbi) |
Ante todo, importa advertir que el republicanismo es un discurso político moralizante y, en ese sentido, hay que entenderlo como una manera de hacer política más que como la expresión de un conjunto de ideas sobre la naturaleza del orden político.[2] Al presentar a la República como un valor axiomático, indiscutible, el republicanismo permite dividir el escenario político entre sus defensores, que estarían del lado de la moral, y quienes la atacan, que serían inmorales. Así, se traza una versión en blanco y negro de la vida política, reduciéndola a un enfrentamiento entre buenos y malos, entre quienes defienden valores y quienes los atacan. Este es un recurso político sumamente eficaz y, en consecuencia, muy utilizado: los discursos políticos y mediáticos que hacen de la “corrupción” la fuente de todos los males son otro ejemplo del mismo tipo de procedimiento.
La eficacia del hacer política en formas moralizantes tiene al menos tres aspectos de muy larga data que vale la pena sintetizar.
Primero, los discursos políticos moralizantes ponen el foco en los valores más que en los intereses, lo que permite a los sectores políticos y mediáticos que los usan hacerse los desentendidos respecto de qué intereses representan para, en cambio, hablar de los valores que dicen encarnar. No es casual que en nuestro escenario político actual quienes se muestran como republicanos sean los sectores que promueven una u otra versión de las políticas neoliberales: el PRO, la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica, los grandes medios concentrados, etc. Tampoco es casual que algunos de los principales impulsores de la “lucha contra la corrupción” sean los medios concentrados, que, de esa forma, ejercen fuertes presiones sobre los políticos para imponerles discretamente sus propias agendas. Ni es casual que los otros grandes impulsores de esa lucha sean ONG como Poder Ciudadano y Transparency International, que obtienen suculentos ingresos por auditar el desempeño del Estado y capacitar a su personal. Estas ONG aparentemente ‘independientes’ se encuentran fuertemente involucradas en la trastienda de la política: por ejemplo, la actual titular de la Oficina Anticorrupción del Estado argentino, la escandalosamente parcial dirigente macrista Laura Alonso, fue Directora Ejecutiva de Poder Ciudadano antes de dedicarse a la política.
Segundo, las apelaciones a la moral tienden a desplazar el foco de atención hacia los individuos. Los partidos políticos suelen presumir de encarnar ciertos valores pero nuestro sentido común nos lleva a pensar la moral como un asunto que, en última instancia, remite a las condiciones y convicciones de cada individuo. Entonces, desplazar las discusiones políticas hacia el lado de la moral equivale a personalizarlas, apartándolas de los grandes temas para llevarlas hacia la discusión de las cualidades de ciertos individuos. Esto tiene importantes efectos políticos: para quienes defienden el status quo, es mucho más conveniente atribuir todos los problemas del país a la inmoralidad de individuos a quienes se puede mencionar con nombre y apellido que discutir seriamente las causas históricas y estructurales de problemas como la distribución desigual de la riqueza o las formas en que los monopolios que afectan a las cadenas de valor repercuten en la inflación y en los precios de los productos de la canasta básica. Demonizar al kirchnerismo, por ejemplo, es demonizar a los dirigentes kirchneristas en tanto ladrones, delincuentes, mafiosos, etc. Allí reside, en parte, la eficacia de la persecución mediática y judicial desarrollada en los últimos años contra Cristina Kirchner, sus ex-funcionarios y dirigentes sociales y empresarios a los que se asocia con el kirchnerismo: esto ha permitido desviar la atención del hecho de que las políticas del gobierno de Cambiemos han favorecido enormemente a unos pocos sectores empresarios (financiero, energético, agroexportador, industrias extractivas, servicios públicos, etc.).
Finalmente, cuando varios partidos políticos compiten entre sí por ocupar un mismo espacio del espectro de posiciones ideológicas, discutir cuestiones morales les permite disimular que no se diferencian demasiado unos de los otros. Esto es lo que ocurre en la Argentina de los últimos años, en que el PRO, la UCR, agrupamientos fundados por ex-dirigentes radicales como la Coalición Cívica de Elisa Carrió o el GEN de Margarita Stolbizer, fracciones del socialismo y varios sectores del peronismo se han asemejado demasiado en términos ideológicos y programáticos. Así, en su necesidad de diferenciarse unos de los otros para disputarse las porciones del electorado que les son más afines, esos sectores compiten para ver quien consigue presentarse como más republicano y más ferozmente combativo contra la corrupción. Sin embargo, esos partidos tejieron desde 2007 diversas alianzas que revelan su afinidad ideológica de fondo, de las que la más exitosa ha sido la confluencia del PRO, la UCR y la CC en Cambiemos (hoy Juntos por el Cambio) bajo el liderazgo de Mauricio Macri.
A estas viejas ventajas de los discursos políticos moralizantes se sumaron en los últimos años dos factores coyunturales que exacerbaron el despliegue del republicanismo. Primero, la instalación del tema de la “corrupción” y su opuesto, la “transparencia”, como asuntos de agenda pública a partir de la década de 1990.[3] Este tema se articula de una manera productiva con el del republicanismo ya que la corrupción puede ser concebida como la principal manifestación de la inmoralidad que afectaría a las instituciones de la República. Más recientemente, encontramos la práctica del lawfare, impulsada por las representaciones diplomáticas y los servicios de inteligencia norteamericanos con el fin de debilitar a los gobiernos populares latinoamericanos y, en lo posible, desplazarlos definitivamente del escenario político de sus países. El lawfare se asienta sobre décadas de insistencia en el discurso de la corrupción: no en vano, las persecuciones políticas por la vía judicial y mediática contra Lula, Rafael Correa y Cristina Fernández se han centrado en cargos de corrupción que han sido sostenidos incluso sin que se encontrara prueba alguna en contra de los acusados.
Uno de los aspectos más preocupantes del continuo hacer política en términos moralizantes es el debilitamiento de la política en cuanto instrumento de mediación entre intereses contrapuestos. Al dividir el escenario en buenos y malos, discursos como el republicanista y el de la corrupción siempre colocan a los políticos en el lado denotado negativamente. Esto es particularmente visible en relación con los usos políticos del tema de la corrupción. La eficacia de este recurso es tal que ha arrastrado a los políticos en general (incluyendo, últimamente, a la izquierda trotskista) a usarlo con gran entusiasmo. Y, paradójicamente, el principal efecto de esto es debilitar a los políticos y la política frente a los poderes fácticos porque los discursos sobre la corrupción siempre se centran en el corrompido (el funcionario estatal, el político) y casi nunca en el corruptor (el empresario). El republicanismo tiene efectos similares aunque más discretos: los políticos que se dicen republicanos siempre pretenden ser una minoría (que, en un caso como el de Elisa Carrió, puede llegar a ser presentada como unipersonal) que contrasta con la enorme mayoría de sus colegas, a los que se descalifica en términos morales y personales. En definitiva, los modos moralizantes de hacer política son siempre instrumentos de la difusión de actitudes antipolíticas.
Para terminar, y contrariamente a lo suele pensarse,[4] no todo es impostura en estas formas tan dañinas de hacer política. Como cualquier actividad, la política se basa en ciertos saberes que le son específicos: se hace política en base al íntimo conocimiento de una u otra forma de hacer política que cada político aprende a lo largo de su trayectoria por ciertos partidos o sectores.[5] En este sentido, el republicanismo es, realidad, un conjunto de republicanismos, cada uno más o menos diferente de los demás. El republicanismo de los radicales y ex-radicales, por ejemplo, encuentra su prehistoria en la redacción de la Constitución de 1853, cuando se inicia lo que Natalio Botana llamó la “tradición republicana”; posteriormente, toma una forma muy distintiva en tiempos de Hipólito Yrigoyen, quien identificaba a la UCR con la Nación misma y consideraba ilegítimos a los demás partidos políticos; y se prolonga, muy modificado, en la actual convicción de los hombres y mujeres de esos sectores en cuanto que sus respectivos partidos son los únicos defensores auténticos de las instituciones de la República.[6] En cambio, el republicanismo del PRO tienen sus raíces en la fuerte desconfianza hacia el Estado y los políticos que caracteriza a las ONG dedicadas al tema de la “transparencia” y en el fuerte desprecio por la política que exhiben gran parte de los empresarios, ámbitos de los que provienen los más influyentes dirigentes del partido.[7] Así, el hacer política del partido liderado (por ahora) por Mauricio Macri es mucho más claramente antipolítico que el de los radicales y ex-radicales (con la sola excepción de Elisa Carrió que, llevando al paroxismo las antiguas pretensiones yigoyenistas, pretende encarnar personalmente a la República):[8] esto se aprecia en la forma en que muchos dirigentes del PRO se conciben como gente que ha hecho el “sacrificio” de “meterse en política” para “sanearla”.[9]
En definitiva, si bien la República es un valor realmente significativo que necesitamos defender, los republicanismos son modos de hacer política cuyos únicos resultados son el debilitamiento de la política, su sumisión creciente a los poderes fácticos (cómodamente encubiertos por la representación de la política como un enfrentamiento entre pocos políticos buenos y muchos malos) y, en consecuencia, un deterioro creciente de las instituciones republicanas.
14 de octubre de 2019
[1] Ver al respecto: Adamovsky, E. El cambio y la impostura. La derrota del kirchnerismo, Macri y la ilusión PRO. Buenos Aires: Planeta, 2017; y Canelo, P. ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos. Buenos Aires: Siglo XXI, 2019.
[2] Sobre el republicanismo como un conjunto de ideas políticas, ver: Botana, N. La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo. Buenos Aires: Edhasa, 2013.
[3] Ver: Pereyra, S. Política y transparencia. La corrupción como problema público. Buenos Aires: Siglo XXI, 2013.
[4] Por ejemplo: Adamovsky, op. cit.
[5] Ver: Balbi, F.A.“El republicanismo de los radicales como valor y como amenaza para la república: una perspectiva antropológica”. Cuadernos de Antropología Social, 48. 2018.
[6] Ver: Balbi, op. cit.
[7] Ver: Vommaro, G. y Morresi S.D. (Comps.). “Hagamos equipo”. PRO y la construcción de la nueva derecha en Argentina. Buenos Aires: Ediciones UNGS, 2015.
[8] Sobre la figura de Carrió, ver: Canelo, op. cit., cap. 4.
[9] Ver: Vommaro y Morresi, op. cit.; Canelo, op. cit.
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