¿El denominado 'giro ontológico' es una alternativa superadora para una antropología sociocultural siempre condicionada por el etnocentrismo o, en cambio, una forma extrema del particularismo que predomina en la disciplina desde la eclosión de los interpretativismos? En Potlach - Antropología y política pensamos que vale la pena debatirlo, y, para alentar los intercambios al respecto, presentamos esta breve nota crítica de Fernando Alberto Balbi, complementando la traducción del texto de Paolo Heywood que publicamos en nuestra entrada anterior.
CITAS SELECTAS EN ANTROPOLOGÍA
Holbraad, Pedersen y Viveiros de Castro: Ontología, escolástica, autocomplacencia y banalidad política
Fernando Alberto Balbi (FFyL-UBA / CONICET)
Inauguramos la sección intitulada CITAS SELECTAS EN ANTROPOLOGÍA (aunque esta cita en particular no sea tan selecta), con el texto publicado en 2014 por Martin Holbraad, Morten Axel Pedersen y Eduardo Viveiros de Castro sobre "La política de la ontología: posiciones antropológicas.”[1]
Escriben Holbraad, Pedersen y Viveiros de Castro:
Esto nos lleva a un punto final en relación a la promesa política sostenida por enfoques ontológicamente orientados en la antropología y en las disciplinas cognadas, a saber: que esta promesa puede ser concebida no sólo en relación con el grado con que tales enfoques están en afinidad con (o incluso activamente promueven) objetivos políticos particulares, o con la permanente necesidad de una crítica del Estado y los giros del pensamiento que las sostienen, sino también en relación con su capacidad de constituir una forma de política que está implicada en su propia operación. Concebida de esta manera, el giro ontológico no es tanto un medio para fines políticos externamente definidos, sino un fin político en sí mismo. (…) Si eso es verdad, entonces la política de la ontografía no reside sólo en las maneras en que puede ayudar a promover determinados futuros, sino también en la forma en que ella “configura” el futuro (…) en su propia constitución.
(…) Pues, si es correcto decir que el giro ontológico “gira”, precisamente, transmutando recursivamente las exposiciones etnográficas en experimentaciones conceptuales creativas, entonces una antropología ontológicamente flexionada está orientada a la producción de la diferencia o “alteridad” como tales.
Independientemente (en este nivel de análisis) de los objetivos políticos a los que puede prestarse, la antropología es ontológicamente política en cuanto su operación presupone y es un intento experimental de “hacer” la diferencia como tal. Se trata de una antropología constitutivamente antiautoritaria, que toma su emprendimiento para generar ventajas alternativas a partir de las cuales las formas de pensamiento establecidas son sometidas a la presión implacable de la propia alteridad y tal vez, con ello, alteradas. Podríamos incluso llamarla un emprendimiento intelectual revolucionario, si con eso queremos decir una revolución que es “permanente”, en el sentido propuesto arriba: la política de sostener indefinidamente lo posible, o sea, lo que “podría ser.” (pp. 99-100; nuestra traducción)
Es cierto que de Holbraad y Pedersen puede esperarse cualquier cosa: el sinsentido les es tan natural como puede serle a uno eso de tomarse unos mates por la mañana. No en vano, son los mismos autores que han llegado a escribir que “si [Marilyn] Strathern se trata a sí misma (su persona, su pensamiento, su cultura, su sociedad) como solamente otro tópico para la indagación antropológica –no diferente de, digamos, del pueblo de Mount Hagen en Papúa Nueva Guinea–, entonces, ¿quién está haciendo la indagación? Nuestra respuesta es: el Planeta M”.[2] De veras: dicen esto y no lo hacen en broma. En fin, que Holbraad y Pedersen son casos perdidos. Pero, por otro lado, deprime leer a un colega tan respetable como Viveiros de Castro diciendo que el giro ontológico representa un “emprendimiento intelectual revolucionario” porque implica la orientación de la antropología hacia “la producción de la diferencia o de la ‘alteridad’ en tanto tales”. Entristece verlo pretendiendo que el giro ontológico es político porque es “experimental” (¿no aprendimos nada desde la tontería de las ‘etnografías experimentales’ de principios de los ’80?) y porque, con sus experimentos, somete a “las formas de pensamiento establecidas” a la “presión implacable” de una “alteridad” de la que la propia antropología, a condición de haber girado hacia la ontología, sería la productora.
¿Se puede tener una visión tan equivocada de la propia importancia –en el triple sentido de la de la academia, la disciplina y los propios autores, en ese orden–?: por lo visto sí, se puede y semejante error no sólo es accesible a personajes tan menores como Holbraad y Pedersen sino también a alguien como Viveiros de Castro. Porque los tres son, realmente, paradigmas de lo que Pierre Bourdieu llamaba la ‘disposición escolástica’, esa mirada distanciada, intelectualista y elitista que sólo puede ser asumida en base a las condiciones materiales y simbólicas de la elite académica. Bourdieu hablaba del tema hacia fines de los ’90 ironizando sobre cierto sector de la academia francesa y el entonces todavía joven posmodernismo norteamericano.[3] Veintipico de años más tarde, Holbraad, Pedersen y Viveiros de Castro encarnan una forma específica de escolástica que campea hoy en las academias hegemónicas de la antropología de los países centrales y en lo que podríamos considerar como sus ‘satélites’ –esto es, ciertas instituciones académicas de la periferia y algunos antropólogos que han hecho del intento de ‘ser parte’ de la elite el punto de mira de sus carreras–. Se trata de una manera de entender la profesión como totalmente centrada en la etnografía, cerradamente particularista en cuanto a su objetivo (mayoritariamente entendido como la ‘traducción cultural’ y minoritariamente como la descripción etnográfica de ‘ontologías’), anti-científica, celebratoria de la arbitrariedad analítica y la ‘creatividad’ e ‘imaginación’ individuales, y absolutamente convencida de su superioridad respecto de las restantes formas de conocimiento científico/académico sobre la vida social.
Sólo
desde ese lugar –desde adentro de esa especie de frasco de conservas en el que
la elite de la disciplina encuentra necesario encerrarse para mantener su
diferenciación y conservar su capital simbólico– es posible creer que lo
políticamente radical es producir la diferencia o alteridad y no contribuir
desde el saber y el hacer académicos a luchas políticas concretas. Sólo desde
allí, sumergidos en el almíbar de la autocomplacencia, es posible pensar que los reportes académicos
sobre la ontología de una u otra minoría (sean los indígenas de la
Amazonia, los practicantes de brujería en Cuba, etc.) presionan implacablemente
a las formas de pensamiento establecidas. (A este respecto, en rigor, daría
igual que los reportes académicos versaran sobre alguna 'mayoría cultural' real o
aparente).
Sólo desde allí, remojándose en sus propios azúcares, es posible creer que el
‘giro ontológico’ de unos cuantos académicos cómodamente apoltronados es un “emprendimiento
intelectual revolucionario” y hasta darse el lujo de coquetear con la imagen
trotskista de la revolución permanente. Hay que estar así de auto-centrados para
creerse eso de que haciendo una antropología ‘flexionada ontológicamente’ van a
contribuir de alguna manera a configurar otro futuro que no sea el de sus
carreras académicas. Resulta claro que el giro ontológico de Holbraad, Pedersen
y Viveiros de Castro se extiende justo lo suficiente para darle la espalda a la
realidad: a fin de cuentas, para eso no hacen falta más que 180°.
Pero lo verdaderamente notable es que nuestros autores también le dan la espalda –sin hacerse cargo de que lo hacen, desde luego– al
punto clave de toda la propuesta del giro ontológico. Digámoslo en forma sumaria. Holbraad, Pedersen y Viveiros de Castro aseguran que la antropología que ha dado
un giro ontológico crea la alteridad. De hecho, habría que decir que la
antropología siempre lo hace, independientemente de estar o no tan confundida
como le pasa a Viveiros de Castro y a los pobres Holbraad y Pedersen (que
todavía no han superado el impacto de su vano esfuerzo por entender a
Strathern): toda ciencia –o, para no herir susceptibilidades, todo pensamiento
académico– construye la realidad que analiza, así sea por el sólo hecho de que
no hay manera de analizar cualquier cosa desde ningún punto de vista. Sin embargo, esto
–que resulta tan obvio pero nuestros autores anuncian como si fuera novedoso y
característico de la antropología que ellos practican– sólo es cierto si se
aborda el tema en el plano epistemológico: porque decir que la antropología
ontológica “está orientada a la producción de la diferencia o ‘alteridad’ como
tales” es admitir que aquello de lo que habla esa antropología es una
representación, su representación, lo
que a su vez implica admitir que hay algo allí afuera a ser representado. Sin
embargo, el argumento usado desde siempre por los defensores del giro
ontológico (con Viveiros de Castro a la cabeza) es que hablar de ‘ontología’ no
es lo mismo que hablar de ‘cultura’ porque no se trata de que exista una única
realidad y muchas formas de representarla (el relativismo cultural, dicen
ellos, es un problema epistemológico) sino de que existen muchas realidades
diferentes (las ontologías). Por ende, estimados, Viveiros y sus entenados
están contradiciéndose violentamente, volviendo a la epistemología para tratar
de salvarle la cara a la ontología en el plano político.
Porque
de esto se trata: de que el giro ontológico es insalvable en términos
políticos. Aclaremos que esto no es cuestión de las intenciones de sus adeptos,
que tranquilamente pueden ser personas profundamente comprometidas con causas
políticas que incumben a las poblaciones con las que trabajan (no faltan los
ejemplos, incluso en nuestro país). Sí es cuestión, en cambio, de las
trayectorias de los protagonistas centrales del así llamado giro ontológico
que, como el propio Viveiros de Castro, nunca dedicaron sus esfuerzos a tratar
de dar cuenta de las situaciones contemporáneas de las poblaciones amazónicas en
términos socio-históricos, analizando minucias tales como la penetración del
Estado y del capitalismo en ese medio social (como sí lo han hecho otros
colegas que, ¡oh casualidad!, nunca giraron –o, mejor dicho, nunca derraparon– hacia la
ontología) sino que han preferido analizar primero sus supuestas estructuras
culturales y luego sus también supuestas ontologías. Es lógico, a fin de
cuentas, que los académicos que habitan un frasco de conservas sean los mismos
que tratan a las poblaciones de que se ocupan como si ellas tuvieran el mismo
tipo de privilegio.
En
fin, el texto de Holbraad, Pedersen y Viveiros de Castro es una muestra más
entre tantas otras de que, más que frente a un ‘giro’, estamos ante una ‘vuelta
de tuerca’ ontológica. Porque en lugar de ser un desvío analítico radical, como
pretenden sus promotores, se trata apenas de un ajuste sobre el posicionamiento
escolástico de los antropólogos culturalistas que han copado los centros
hegemónicos de las academias centrales: en efecto, el desplazamiento hacia la
ontología no ha hecho más que profundizar el particularismo, la orientación
interpretativista, el foco excluyente en la etnografía y el rechazo del rigor
analítico en beneficio de los razonamientos idiosincráticos que ya predominaban
allí. En este sentido, el supuesto “emprendimiento intelectual revolucionario”
(más lo repetimos, más gracioso nos parece) es apenas una vuelta de tuerca más
en el continuo enroscarse sobre sí mismos de un conjunto de instituciones y de
académicos totalmente entregados a preservar el privilegio que supone jugar el
juego de la escolástica.
Notas
[1] En: Ayé: Revista de Antropologia, 1. 1 (recuperado de: http://www.revistas.unilab.edu.br/index.php/Antropologia/article/view/286/139). (La versión original del texto en inglés está disponible en: https://culanth.org/fieldsights/the-politics-of-ontology-anthropological-positions).
[2] En: Hoolbrad, M. y Pedersen, M. A. 2009: “Planet M: The intense
abstraction of Marilyn Strathern”, Anthropological Theory, 9: 372 (DOI:
10.1177/1463499609360117). (Nuestra traducción).
[3] Ver: Bourdieu, P.. 1999: Meditaciones
pascalianas. Barcelona, Anagrama.
(Esta entrada se basa en una nota publicada el 22/05/2019 en la página de Facebook Antropología:
social).
POTLACH – Antropología
y Política - ISSN
2953-5891
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