La escritura es clave en antropología, como uno de sus
principales modos de comunicación. La docencia, la investigación, las
publicaciones y la divulgación se basan o consisten en la escritura. Este
artículo analiza la evolución de los estilos de escritura antropológica a lo
largo del tiempo en función de los cambios políticos de la disciplina. Comienza
a finales del siglo XIX y muestra cómo los primeros escritos de la disciplina
pretendían ser objetivos. Aunque la escritura literaria de la antropología se remonta
a mucho tiempo atrás, no fue hasta la década de 1970 cuando la escritura empezó
a ser reconocida colectivamente como un oficio que debía cultivarse en la
disciplina. Esto condujo a un auge de la escritura etnográfica experimental a
partir de la década de 1980, como parte del debate sobre "writing
culture". La idea que subyacía tras las narraciones experimentales era
que podían transmitir la vida social con mayor precisión que la escritura
académica convencional. Hoy en día, la producción y la cultura literarias
siguen siendo una fuente de inspiración para los antropólogos, además de un
tema de estudio. La escritura antropológica abarca desde la no ficción creativa
hasta las memorias, el periodismo y la literatura de viajes. Escribir en estos
géneros no académicos puede ser una forma de dar a conocer más ampliamente los
planteamientos y descubrimientos antropológicos, y puede inspirar la escritura
académica para hacerla más accesible. La producción de textos en colaboración
con interlocutores y artistas es una de las últimas tendencias de la escritura
antropológica. Sin embargo, la tendencia a la experimentación también se ve
frenada, ya que publicar en formatos de publicación académica y figurar en
índices de citas es crucial para la carrera de los antropólogos. Aun así, a
medida que nuestra escritura se mueve cada vez más en línea, aumentan los
formatos flexibles de publicación, incluidos los libros en línea, los ensayos
sobre temas de actualidad y las conversaciones en revistas.
Introducción
La escritura es esencial en
antropología. La enseñanza, la investigación y la divulgación se basan en la
escritura o tienen como resultado la escritura. Pero no fue hasta mucho después
de la aparición de la antropología, a finales del siglo XIX, cuando la
escritura fue reconocida por primera vez como un oficio crucial que requería
una formación cuidadosa. Esta entrada abarca la política cambiante de la
antropología escrita desde finales del siglo XIX, cuando las nociones
victorianas de las ciencias naturales, en las que se consideraba a los textos
como objetivos, eran el modelo para el trabajo académico, hasta la década de
1970, cuando fue identificada una sensibilidad hacia el estilo, la cual se
desarrolló durante la década de 1980 hasta tomar la forma de un movimiento en
torno de la idea de la escritura etnográfica experimental que fue iniciado por
el debate de “writing culture”[2] (Clifford
& Marcus 1986). Los protagonistas de ese debate abogaban por relatos más
detallados de los procesos de investigación, incluido el papel del trabajador
de campo en la composición de la escritura antropológica. Pasando al siglo XXI,
esta entrada sugiere que la comprensión de que los antropólogos también son
escritores ha traído un nuevo énfasis en la escritura en la disciplina. Esta
incluye tanto la escritura accesible a la antropología académica como la
escritura en diferentes géneros, que van desde la no ficción creativa a las
memorias, al periodismo antropológico y la escritura de viajes. La antropología
ha existido en un modo literario durante bastante tiempo, pero, a medida que
experimentaba un "giro literario" (Scholte 1987), la literatura se ha
convertido en un recurso aún más fuerte para la disciplina: como influencia
para mejorar los estilos de escritura, sin duda, pero también como tema de
investigaciones sobre la producción literaria y la cultura. Prueba de ello es
la creciente demanda de talleres de escritura para estudiantes y jóvenes
investigadores. Sin embargo, la escritura sigue estando limitada en la medida en
que la publicación es una obligación a la hora de hacer carrera como
antropólogo. Aquí, la escritura se rige por los formatos de publicación
académica, el número de lectores y los índices de citas. Esta entrada está
organizada cronológicamente, discutiendo la política cambiante a lo largo del
tiempo de la escritura académica en antropología en términos de estilos,
publicaciones y carreras, incluyendo el impacto del "giro literario",
que conduce a una consideración de los géneros de escritura antropológica y de
los más recientes escritos para los canales digitales.
Políticas cambiantes de la
antropología académica
Las monografías
antropológicas clásicas, escritas cuando la disciplina se estaba estableciendo,
estaban influidas por las persistentes nociones científico-naturales de
objetividad. Por lo general, estas monografías dejaban al antropólogo fuera del
texto, al menos cuando se trataba de experiencias y sentimientos personales
tales como las revelaciones, que, se suponía, inhibían su valor científico.
Esto se aplica a las obras de antropólogos fundadores como Bronislaw Malinowski
y Franz Boas. La obra académica de Malinowski contrasta especialmente con sus
controvertidos diarios privados de trabajo de campo en Nueva Guinea y las islas
Trobriand en 1914-1915 y 1917-1918 (Malinowski 1967). Publicados póstumamente
por su viuda, los diarios revelaban sus prejuicios personales contra los
interlocutores, así como otras actitudes problemáticas.
Pero fue el ideal de
objetividad, con lo que se consideraría su estilo encorsetado, lo que acabó
provocando que los antropólogos buscaran formas más libres de escritura, con la
esperanza de ofrecer reflejos más precisos de la riqueza y complejidad del trabajo
de campo. Esto supuso un cambio a la hora de tomarse en serio la escritura, tal
y como se identifica en la introducción del volumen The anthropologist as
writer [3] (Wulff 2016: 1). Prefigurada por el interés en las
narrativas de Victor Turner y Edward Bruner en las décadas de 1950 y 1960, una
consideración cuidadosa de la escritura se convirtió en una característica
importante de la antropología en la década de 1970 con el trabajo de Clifford
Geertz, especialmente The interpretation of cultures[4]
(1973). Fue Geertz quien desarrolló el concepto de "descripción
densa" para referirse a un modo de escritura detallado y atractivo que
permite comprender la acción humana en un contexto más amplio. El ensayo
fundamental de Geertz sobre este tema describe una pelea de gallos en Bali y
comienza de la siguiente manera: “A principios de abril de 1958, mi mujer y yo
llegamos, enfermos de fiebre palúdica y desconfiados, a una aldea balinesa que
pretendíamos estudiar como antropólogos".[5] En esta
incómoda etapa, como recién llegados entre gentes que no reconocían su
presencia, se enteran al cabo de unos diez días de que "tuvo lugar una
gran riña de gallos en la plaza pública". Geertz señala a continuación que
las peleas de gallos son en su mayoría ilegales en Bali:
Sin embargo, en este caso, tal vez
porque estaban reuniendo dinero para una escuela que el gobierno no podía
darles, tal vez porque las incursiones policiales habían sido pocas
últimamente, tal vez, como hube de conjeturarlo luego, porque se pensaba que se
habían pagado los necesarios sobornos, creyeron que podían correr el riesgo de
organizar la riña en la plaza central para atraer más gente sin llamar la
atención de los representantes de la ley.
Estaban equivocados. (...)
...apareció (...) un camión atestado de policías armados con metralletas.
(Geertz 1973b: 412-15)
Los policías "comenzaron
a blandir sus armas como gangsters en una película, aunque no llegaron
hasta el punto de dispararlas". La gente huyó, y también lo hicieron los
Geertz, que se encontraron escondidos de la policía en un patio con una pareja
local, lo que hizo que fueran aceptados por los aldeanos. Es muy probable que
el estilo cautivador, construido con suspense y sorpresa, explique por qué este
ensayo se ha convertido en clásico, y la forma en que los Geertz se incluyen en
la historia como protagonistas que viven un peligro potencial junto con los
lugareños, pero que luego son rescatados por una pareja local. Esto resultó ser
una forma eficaz de transmitir cómo un acontecimiento etnográfico como una
pelea ilegal de gallos podía analizarse como una especie de obra de teatro que
reflejaba las principales luchas de poder en el pueblo.
En la década de 1980 surgió
un debate conocido como el debate de "writing culture", que
abogaba por relatos más detallados del proceso de investigación, incluido el
papel del trabajador de campo, en los escritos antropológicos de lo que se
había hecho hasta entonces (Clifford & Marcus 1986). Se esperaba que el
proceso de trabajo de campo incluyera detalles grandes e íntimos, incluidos los
sentimientos y las relaciones del trabajador de campo, ya que eso prometía
producir un relato más exacto del trabajo de campo. Una crítica que se hizo a "writing
culture" fue que sus defensores se centraban demasiado en las
actividades de los trabajadores de campo y no en las personas sobre las que
versaba la investigación. El legado de ese debate es una mayor conciencia del
impacto intelectual del estilo de escritura, la política de representación y la
verdad parcial de cualquier relato. En relación con el debate sobre "writing
culture", surgió la idea de que la escritura antropológica es una
"crítica cultural". Sugería que la antropología debería identificar
formas alternativas de considerar lo que a menudo se da por sentado en la
sociedad. La escritura antropológica debería formar parte de "una
estrategia para descubrir la diversidad en lo que parece ser un mundo cada vez
más homogéneo" y "hacer visibles a los demás las perspectivas
críticas y las posibilidades de alternativas que existen" (Marcus &
Fischer 1987: 133). Algunas de esas alternativas se referían al papel de la
mujer en la vida social, insistiendo, por ejemplo, en que las mujeres debían
tener oportunidades de educación y carrera profesional que, por supuesto, no
siempre se habían considerado una cuestión de importancia. Apoyado por la
segunda ola del feminismo, el libro Women writing culture (Behar &
Gordon 1995) exploraba cuestiones de identidad y diferencia en relación con la
política sexual, la historia racial y los predicamentos morales de la
antropología. Pero su misión era una crítica directa a la afirmación de James
Clifford y George E. Marcus (1986) de que las antropólogas feministas no habían
escrito de formas interesantes y experimentales. El volumen desafiaba el
predominio masculino en la disciplina en aquel momento (véase también
Abu-Lughod 1993).
Lo que comparten los
defensores de las formas experimentales de escritura es la idea de que una
sensibilidad al estilo y una apertura a otros géneros de escritura pueden
producir algo más que un giro agradable de la frase. La narrativa y los géneros
de escritura afines pueden ofrecer medios más precisos —y,
por tanto, más científicos— para que los académicos transmitamos toda la gama de
la experiencia humana" (Gottlieb 2015: 742) mejor de lo que lo hace la
escritura académica convencional. Un rasgo definitorio de los escritos
experimentales de hoy en día es su argumento a favor de la accesibilidad,
aunque esta no fuera necesariamente una característica de todas las diferentes
etapas de este movimiento. Cada vez se entiende mejor que incluso los textos
antropológicos sobre temas complicados pueden redactarse preferiblemente de una
forma lúcida, como ejemplifican Ulf Hannerz (1992) y Thomas Hylland Eriksen
(2018), entre muchos otros. Esto va en contra de la norma académica tradicional
de escribir en un estilo enrevesado que todavía puede considerarse un marcador
de prestigio, más que ser directo. Aunque algunos temas muy complicados
requieren un estilo de redacción más complejo y un vocabulario especializado,
muchos temas académicos no lo requieren. Esta idea está ganando terreno, pero
también lleva a la necesidad de (re)formar a los académicos para que escriban
de forma más transparente. La claridad y las narraciones cautivadoras son más
útiles tanto en la docencia como en la investigación que el estilo de redacción
de algunas etnografías tradicionales que se han calificado de
"aburridas" y "prácticamente ilegibles" (MacClancy 1996:
237). El deseo de ser no sólo claros, sino también más atractivos, ha abierto
espacio a la escritura experimental, como la temprana In sorcery's shadow (1987),
una memoria de un aprendizaje entre el pueblo songhay que vive en Níger y Malí,
en África Occidental. Escrita por Paul Stoller y Cheryl Olkes como un ensayo
literario informado por la teoría, no incluye referencias académicas explícitas:
no hay bibliografía. Las memorias han sido apreciadas por su bien elaborada
narrativa, que también incluye puntos metodológicos a medida que Stoller
aprendía y comprendía un modo de vida que al principio le era ajeno. Las
diferentes etapas de su formación para convertirse en aprendiz de brujo se
transmiten con esmero.
Con el crecimiento de las
conexiones globales llegó la idea de que los interlocutores podían, y de hecho
debían, poder leer trabajos antropológicos sobre ellos mismos sin riesgo de
verse perjudicados personal o políticamente. Estas cuestiones éticas se tratan
en When they read what we write[6] (Brettell
1993), que se centra principalmente en cómo esto puede afectar al antropólogo y
a los escritos. Existe, por ejemplo, la devastadora experiencia de que el
propio trabajo publicado sea impugnado por aquellos sobre los que trata. Estas
experiencias pueden ser inesperadas, lo que las hace aún más dolorosas. Además,
pueden repercutir negativamente en la posibilidad de futuras investigaciones en
la comunidad para otros colegas, que podrían no haber tenido nada que ver con
este trabajo. Las versiones periodísticas de los escritos antropológicos añaden
complejidad a este problema, sobre todo cuando tergiversan los hallazgos y si
los interlocutores leen los periódicos pero no el texto real. Los contextos muy
politizados, como los conflictos sobre la lengua nacional y entre grupos
étnicos, pueden alimentar los dilemas resultantes. Aunque la conciencia de la
dificultad de hacer justicia a comunidades divididas es importante, la
necesidad de incluir a las personas estudiadas como público potencial, y no
sólo a los académicos, sigue siendo una preocupación primordial en la escritura
antropológica contemporánea. Esta preocupación se ve alimentada por el auge de
las revistas digitales en línea y los libros electrónicos, que pueden llegar a
un público vasto y mundial en un instante, sobre todo cuando son de acceso
abierto.
Todo esto plantea cuestiones
relativas a los resultados publicados en relación con la realización de una
carrera académica, y negociaciones sobre si una monografía o un artículo de
revista ranquea más alto (Wulff 2019; Boyer 2016). Esta ha sido una preocupación
desde que las ciencias naturales, donde los artículos de revistas son el
formato de publicación principal, se convirtieron en el modelo para los índices
de citas y las evaluaciones de la investigación. Como parte de la "nueva
gestión pública"[7] de las universidades europeas desde la
década de 1980 (Shore & Wright 2017), se han establecido sistemas de
clasificación para las editoriales, sus libros y revistas. Estos sistemas
intentan emular los modelos de gestión[8] del sector privado
y los enfoques de tipo empresarial para mejorar la eficiencia y los resultados
de la investigación. En algunas universidades, publicar con editoriales de alto
rango puede tener un impacto positivo en la financiación de un departamento,
así como en el salario del antropólogo. Sin duda, esto influye en las prácticas
de contratación. Las clasificaciones también han reforzado la noción de
"publicar o perecer", lo que significa que, incluso para mantener un
puesto de trabajo, los académicos a veces tienen que publicar un cierto número
de publicaciones de alto rango al año, ya que, si no, sus carreras pueden estar
en peligro. A pesar de estas medidas, la política de publicación académica
sigue siendo escurridiza, ya que los criterios no dejan de cambiar, entre otras
cosas porque aquello para lo que se formó a una cohorte de antropólogos está
destinado a ser diferente una vez que se exponen a la evaluación. Existe un
debate sobre hasta qué punto la calidad de la escritura académica está y debe
estar adaptada a las valoraciones de la investigación y a los formatos de
evaluación, y cuáles pueden ser las consecuencias intelectuales de ello
(Strathern 2000).
La escritura antropológica se
ve cada vez más influida por estas tendencias de gestión. En nuestra
disciplina, los artículos en revistas siguen siendo importantes, pero persiste
la idea de que el trabajo de campo a largo plazo puede justificarse mejor en el
espacio de una monografía completa. Aunque una serie de artículos de fondo en
revistas podrían funcionar casi igual de bien, puede resultar más engorroso
encontrar esos artículos que leer un libro en el que el material y el análisis
están todos en el mismo sitio. Dado que los libros, los volúmenes editados y
los capítulos de libros ocupan un lugar menos destacado en las ciencias
naturales y, por tanto, en las listas de clasificación, pierden prestigio en
los índices de citas en los que la antropología es incluida. Además, la
cantidad de trabajo que lleva escribir una monografía no se ve recompensada, ya
que a menudo se trata como un "artículo" más. Es más, las referencias
apreciativas no se distinguen en los índices de citas de las negativas[9]
La antropología, en la medida en que es una ciencia crítica, tampoco puede ser
capturada por métricas numéricas (Stein 2018). La lógica de tales listas de
clasificación tampoco concuerda con la forma en que ciertos volúmenes editados
o, al menos, notables introducciones a volúmenes que se publicaron antes de que
se establecieran los índices de citas siguen teniendo una gran influencia en la
antropología. Obviamente, este aspecto no se indica en los índices de citas ni
en los factores de impacto, ya que sólo tienen en cuenta los trabajos recientes
que están disponibles en línea. La introducción de Fredrik Barth a su obra
editada Ethnic groups and boundaries[10] (1969) es un buen
ejemplo, ya que sigue siendo una referencia estándar en antropología (véase
también Appadurai 1986), pero se publicó demasiado pronto para ser incluida en
los índices. En cuanto al destino de los libros, impresos o electrónicos, de
ficción o no ficción, en su investigación sociológica del negocio editorial,
John Thompson predice que, mientras sea lo suficientemente atractivo para los
lectores, el libro "seguirá desempeñando un papel importante como medio de
expresión y comunicación en nuestra vida cultural y pública en un futuro
previsible" (2011: 399-400).
Escribir antropología en
relación con la literatura
Aunque el modo literario de
la antropología no es nada nuevo, el debate de "writing culture"
intensificó la presencia de la literatura en la antropología, que se ha
identificado en términos de un "giro literario" debido al impacto de
la literatura en la escritura antropológica (Scholte 1987). Esto estaba en
consonancia con la creciente conciencia respecto del proceso de escritura. Como
parte del alejamiento del estilo textual distanciado, así como en lo referente
a la estructura narrativa, los antropólogos se inspiraron en la ficción. Geertz
(1988) llegó a identificar al "antropólogo como autor"[11]
y surgió una antropología de la escritura y de los escritores. La literatura
local de un campo se leía como etnografía y podía ser incluida en los relatos
antropológicos. Victor Turner, con su pasado de estudiante de literatura en el
University College de Londres, relacionó más tarde el ritual africano y la
literatura occidental como "mutuamente iluminadores" (1976: 77-8).
Richard Handler y Daniel Segal (1990) identificaron a Jane Austen como
etnógrafa del matrimonio, el parentesco y la clase social en la Inglaterra de
principios del siglo XVIII. En la década de 1990, Nigel Rapport (1994) organizó
su trabajo de campo en el pueblo de Wanet, en Inglaterra, en relación con el
escritor E.M. Forster como compañero imaginario de trabajo de campo. La técnica
de Rapport consistió en "zigzaguear" entre la obra de Forster y su
propia experiencia de campo. Una forma similar de combinar antropología y
literatura, de escribir antropología junto con un compañero literario, es Alive
in the writing (2012), de Kirin Narayan. Narayan yuxtapone su experiencia
de escritura etnográfica con la de Antón Chéjov, el célebre dramaturgo y
escritor de cuentos, mientras investigaba y escribía sobre la isla de Sajalín,
la colonia penal rusa. Reconocer a Chéjov como su musa etnográfica libera la
creatividad de Narayan a los fines de la escritura. Inspirada por la carta de
Chéjov sobre su viaje a Sajalín, sus reflexiones sobre su investigación y su proceso
de escritura, Narayan siente afinidad con él a medida que encuentra temas y
textos para incluir en su libro. Por cierto, la obra de Chéjov sobre Sajalín es
de no ficción, y, a medida que Narayan va conociendo su oeuvre
literaria, se da cuenta de que es un escritor literario con sensibilidad
etnográfica.[12] Al final de los capítulos se incluyen ejercicios de
escritura, y el libro concluye con un epílogo con consejos para las distintas
fases del proceso de escritura, yendo desde cómo empezar y avanzar hasta cómo
superar el bloqueo del escritor, revisar y terminar. En respuesta al auge de
talleres de escritura no académicos y programas universitarios de escritura
creativa en Europa y América durante las últimas décadas, existe una plétora de
manuales de escritura, también de escritores de ficción (cf. Wulff 2017).
Ursula Le Guin (2015: ix, xiii, xii), hija de Alfred Kroeber y de su esposa
escritora Theodora, no era antropóloga, pero hay aspectos antropológicos en su
ficción, calificada de ciencia ficción o fantasía. Los antropólogos aparecen en
sus escritos, y los "otros mundos" que imaginó resuenan con un
esfuerzo antropológico por estudiar formas de vida muy diferentes. Le Guin
también escribió un "manual para narradores - escritores de prosa
narrativa" para acompañar los talleres de escritura que impartía. Su
declaración de que su "libro no es para principiantes" demuestra que
es consciente de que la escritura es una habilidad que nunca se aprende del
todo, sino que lo ideal es seguir desarrollándola. Observando que algunas
personas tienen un don para la escritura, señala que esta es una habilidad que
hay que aprender y dominar, incluso en el caso de quienes están dotados (cf.
Wulff 2018). Le Guin subraya que la lectura de la propia obra también requiere
entrenamiento. Esto sería lo que Brian Moeran denomina la
"autoedición", el proceso de tomar decisiones sobre el estilo, la
gramática, la organización y sobre qué incluir y excluir (2016: 60-5).
“Editar", continúa Moeran, "no es escribir, sino reescribir", lo
que implica ser "duro con uno mismo" (2016: 60-5). Antes de enviar un
texto a un editor de una editorial, el consejo de Moeran es obtener los
comentarios severos de un colega comprensivo.
Al escribir sobre las
conexiones entre la antropología, la escritura etnográfica y la literatura,
Caroline Brettell observa que:
Los experimentos con formas de
escritura etnográfica que podrían animar el texto etnográfico representan solo
una dimensión de la forma en que la antropología se ha comprometido con la
literatura... Algunos antropólogos se han basado directamente en obras de
literatura como inspiración; otros han sometido estas obras literarias a una
lente analítica y teórica antropológica (2015: 73).
Otros, continúa diciendo,
"han encontrado al etnógrafo o al autoetnógrafo en el novelista". El
interés antropológico en la producción literaria ciertamente existe, como en el
estudio etnográfico de la escritura como oficio y carrera en Irlanda. Tomando
como punto de partida la pregunta "¿Cómo es que los irlandeses son tan
buenos escritores?", he argumentado que esto se remonta a la tradición de
la narración oral en Irlanda, y a una cultura que cultiva esta práctica en las
reuniones sociales, así como enseñándola a las generaciones más jóvenes.
Además, existe una amplia formación en escritura creativa en las escuelas, así
como concursos de escritura, y abundancia de talleres de escritura para adultos
en festivales y otros eventos literarios. Todo ello fomenta el hábito y el
impulso de escribir (Wulff 2017: ix). Las etnografías de la escritura no se
limitan al análisis textual. Pueden basarse en eventos literarios en vivo y
lecturas públicas de ficción en festivales literarios. A partir de un estudio
sobre uno de los principales festivales literarios del Reino Unido, el Hay
Festival, y el pequeño Polari Salon, un festival literario LGBT en el South
Bank Centre de Londres, Ellen Wiles muestra el valor de la etnografía literaria
experiencial no solo para el mundo académico, sino también para los
profesionales, curadores y productores artísticos (2021). Fue a través de la
observación participante en festivales literarios como Wiles aprendió que,
incluso en nuestro mundo digitalizado, este tipo de eventos en directo atraen a
grandes audiencias, entre otras cosas, porque ofrecen apreciadas oportunidades
para las conexiones cara a cara entre autores y lectores.
Otro punto de vista sobre
cómo la literatura puede relacionarse con la etnografía es la conceptualización
de la ficción como un texto escrito, a la par de las canciones, la poesía, los
ensayos, el teatro e incluso los periódicos y las cartas que se producen en una
sociedad que se toma como objeto de estudio (Archetti 1994a). Esto puede
revelar, en un nivel, las relaciones interpersonales y, en otro, contextos
culturales y sociales como la historia y la nación. Se ha sugerido que existen
tres tipos de ficción: "La novela histórica realista que intenta
‘reconstruir’ un periodo determinado en una sociedad determinada; el relato
totalmente imaginado ambientado en un periodo histórico; y los ensayos
dedicados a la interpretación de una nación, sus características y su
credo". Además, "algún tipo de conocimiento histórico y sociológico
es importante en la ficción", lo que la asemeja a escribir antropología.
En consonancia con gran parte de la antropología, en este volumen, la ficción
es tratada como "materia prima etnográfica, no (...) como declaraciones
autorizadas o interpretaciones de una sociedad concreta" (Archetti 1994b:
16-17).
Muchos antropólogos han
expresado la sensación de estar confinados por la rigidez del estilo académico,
lo que los ha llevado a refugiarse en la escritura de ficción. Esta ha sido una
forma de complementar lo que se ha encontrado insatisfactorio con la producción
de disertaciones u otros escritos académicos (Stankiewicz 2012). Reflexionando
sobre la ficción versus la antropología, existe la noción común de que
"la antropología es única en su especificación de dimensiones para la
comparación y sus estándares para las descripciones etnográficas. ¿Son tales
dimensiones y normas camisas de fuerza? Si uno piensa que sí, puede recurrir a
la ficción en busca de consuelo" (Eriksen 1994: 192; véase también Narayan
1999). Este consejo parece referirse tanto a la lectura de ficción, incluso del
propio campo, como a la escritura de ficción basada en el trabajo de campo,
como en In an antique land (Ghosh 1992). Resulta que las novelas
etnográficas abundan. Fueron (y son) escritas por autores formados en
antropología, y que en algunos casos siguieron una carrera académica mientras
que otros se dedicaban a escribir ficción a tiempo completo. Una de las
primeras novelas etnográficas es The delight makers (Bandelier 1890),
que aprovecha muchos años de trabajo de campo con los indios Pueblo. There
eyes were watching God (Hurston 1937) también tiene una perspectiva
antropológica. En 1954, Laura Bohannan publicó el bestseller Return to
laughter bajo el seudónimo de Elenore Smith Bowen. Se trata de un relato
ficticio sobre el trabajo de campo de Bohannan en África, que incluye aspectos
de la vida tribal tales como el impacto de la brujería. La novela ha sido muy
leída no sólo por estudiantes y estudiosos, sino también por el público en
general. Es un testimonio de la eficacia de la transmisión de conocimientos
antropológicos a través de la ficción. Es habitual que los científicos sociales
y los antropólogos, incluidos los que impulsan sus disciplinas, aprecien la
"capacidad de los escritores de ficción para describir lo real y desvelar
verdades" (Fassin 2014: 52). Incluso se da el caso de que
"distinguidos antropólogos y sociólogos han admitido que encuentran, en
las obras de estos autores, relatos más convincentes, precisos y profundos de
los mundos sociales que exploran que en los propuestos por los académicos que
los estudian" (Fassin 2014: 52; véase también McLean 2017). Con este
espíritu, ha surgido una nueva marca de escritura etnográfica, que experimenta
con diversos estilos literarios, no solo como embellecimiento, sino también
como una forma de escribir antropología a través de la escritura creativa y
transmitir así verdades que de otro modo no serían transmisibles. El volumen Crumpled
paper boat (Pandian & McLean 2017: 1-2), por ejemplo, se compone de
escritos etnográficos en forma de poesía, ficción, memorias y guiones, entre
otros. El título es una línea de un poema de Arthur Rimbaud y en el volumen
refiere a la escritura etnográfica como un viaje, "un pasaje
transformador" indicado por "un pequeño barco perdido" y
"las frustraciones que llevan a los escritores a arrugar y desechar los
trozos de papel en los que trabajan" hasta que sus textos "floten...
hacia destinos imprevisibles" (Pandian & McLean 2017: 1-2). Aquí, la
escritura tiene que ver con las transformaciones del autor y con decir lo
indecible, en lugar de limitarse a transmitir cómo es la vida social.
Géneros de escritura
antropológica
Es obvio que la escritura
académica es el género principal para los antropólogos, y que se apoya en el
arte de escribir notas de campo (Sanjek 1990, 2015; Andersen et al. 2020). Aun
así, los antropólogos escriben mucho en otros géneros, no solo ficción literaria,
como se ha comentado anteriormente, sino también poesía (Rosaldo 2013, entre
muchos otros). Una carrera antropológica incluye inevitablemente la redacción
de textos administrativos académicos, tales como diversos informes y
evaluaciones, pero también la redacción de pedidos de subsidios, otro género
más (Brenneis 2009; Finnström 2016). A diferencia de muchos escritores de
ficción, los antropólogos tienden a aprender un cierto estilo de escritura
marcado por el rigor académico y por claves como el objetivo, el argumento, el
compromiso con los debates y/o las investigaciones anteriores, la teoría, la
etnografía, el método, las conclusiones y la bibliografía. Los antropólogos
tienden entonces a mantener ese estilo, en lugar de desarrollarse en nuevas direcciones.
Algunos de ellos, sin embargo, ven la oportunidad de cambiar de rumbo y tono al
adentrarse en nuevos temas de investigación. Otros alternan entre diferentes
géneros, recuperando rasgos estilísticos de la no ficción creativa, las
memorias, la autoetnografía, la escritura de viajes, el periodismo e incluso la
ficción, la poesía y la novela negra para su escritura académica (Wulff 2016;
Barton & Papen 2010).
La no ficción creativa, que
cuenta historias sobre hechos reales con técnicas de ficción, ha sido
especialmente popular entre los antropólogos de Estados Unidos. Este género
puede entenderse como "hacer que la experiencia de lectura sea vívida,
emocionalmente convincente y agradable al tiempo que se ciñe a los hechos"
(Cheney 2001: 2). Originado en el Nuevo Periodismo de los años sesenta, este
género de escritura se relaciona a menudo con el gran éxito de In cold blood[13]
(Capote 1965), una historia de un crimen real sobre el asesinato de una familia
en una granja de Kansas (Estados Unidos). El libro se basa en entrevistas con
lugareños e investigadores policiales, artículos periodísticos y la observación
del proceso judicial. Desde que se formuló, la no ficción creativa "ha
cobrado impulso en los años posteriores para informar diversos tipos de
escritura" (Narayan 2007a: 130). El movimiento ha llegado a incluir una
variedad de géneros y ahora se encentra establecido a través de "cursos,
becas, licenciaturas en escritura, y revistas" (Narayan 2007a: 130).
Entonces, ¿qué pueden aprender los etnógrafos de la no ficción creativa? Un
punto es lograr un equilibrio consistente en escribir sobre la vida social de
una manera absorbente sin inventar cosas. Otro es pensar acerca de cómo incluir
y tratar la situación, la historia, el personaje, las escenas, los resúmenes y
los llamados "grumos expositivos" (es decir, información de fondo
densa y pesada) a la hora de redactar su trabajo (Narayan 2007a: 136-139). El
consejo para hacer frente a estos últimos es "dividirlos, repartirlos,
introducirlos en la conversación" (Le Guin 1998: 114).
Siguiendo con la escritura
antropológica en relación con la literatura, y en diferentes géneros, encontrar
salidas editoriales para trabajos que no son estrictamente académicos puede ser
un problema. Sin embargo, existen algunas revistas especializadas en ello, como
Anthropology & Humanism, la revista de la Society for Humanistic
Anthropology, que publica en cada número artículos académicos tradicionales,
así como otros géneros de escritura antropológica: poesía, ficción breve y
ensayos de no ficción creativa.[14] Estos ensayos suelen tomar
como punto de partida experiencias etnográficas o personales, y se adentran en
terrenos más o menos imaginarios. The vulnerable observer[15]
(Behar 1996), por ejemplo, es la historia de cómo una antropóloga
cubano-norteamericana se encontraba realizando un trabajo de campo sobre
prácticas funerarias en España, cuando su propio abuelo murió en Miami. Esta
experiencia la llevó a defender la naturaleza emocional y subjetiva del trabajo
de campo: el etnógrafo no puede ser imparcial ni totalmente objetivo en
relación con su campo. Abarcando diferentes géneros, este libro es también una
especie de memoria, variedad que, en sí misma, se ha convertido en un género
sustancial en la antropología, principalmente evocando acontecimientos del
campo, pero a menudo remontándose a la vida personal del antropólogo (Jackson
2006; Narayan 2007b; Stoller 2008; Collins & Gallinat 2010). Aunque cabe
esperar que las memorias sean escritas por personas mayores que han vivido
vidas largas y llenas de acontecimientos, resulta que muchas memorias
antropológicas están compuestas por escritores que aún son relativamente
jóvenes, o al menos de mediana edad –entre los 40 y los 50 años–,
como The power of the between (Stoller 2008: 4), desencadenada por la
agitación de un diagnóstico de cáncer, que supuso un espacio
"intermedio" entre la vida y la muerte.
My father’s wars[16] (Waterston 2014) es el
relato de una hija sobre el destino de su padre, tal como se lo contaron él,
principalmente, y también su madre. El curso de su vida estuvo marcado por
dramáticos acontecimientos históricos: el padre de Alisse Waterston tuvo que huir
con su familia del Holocausto en Polonia, dirigiéndose a Cuba. Con el tiempo,
se alistó en el ejército estadounidense, conoció a una norteamericana y se casó
con ella, y se vio viajando entre La Habana y Nueva York, hasta que la revolución
castrista obligó a la familia a abandonar Cuba y trasladarse a Puerto Rico.
Estas memorias ejemplifican cómo una historia personal llena de acontecimientos
y definida por los peligros puede transmitir acontecimientos políticos
importantes. Otro tipo de memorias es My life as a spy[17]
(Verdery 2018). Cuando los archivos de la policía secreta en Europa del Este
estuvieron disponibles después de 1989, Katherine Verdery, una antropóloga
estadounidense que había pasado frecuentes y largas temporadas de investigación
estudiando la economía política de la desigualdad social, las relaciones
étnicas y el nacionalismo en la Rumania comunista, descubrió en su archivo que
había sido vigilada por la policía secreta, la Securitate, y acusada de ser una
espía. En este caso, las memorias fueron una forma de corregir y contextualizar
una imagen local errónea de la antropóloga. Al mismo tiempo, es una información
importante sobre el funcionamiento de Rumania durante el comunismo.
La escritura de viajes es
otra forma de memoria, como pregona el clásico Tristes tropiques[18]
(Lévi-Strauss 1992 [1955]), que documenta sus viajes y trabajo de campo en
Brasil. Su proximidad a la literatura de viajes se problematizó más tarde,
cuando los relatos de viajes sobre las colonias fueron criticados por
transmitir una perspectiva imperial occidental (Pratt 1992). Aunque los
primeros relatos de viajes se basaban demasiado en la exotización, esto está
cambiando en la actualidad (Nyqvist 2018). Sin embargo, la escritura de viajes
sigue siendo una forma de explorar el mundo en nombre de la gente "en
casa", para hablarles de otros lugares, a menudo lejanos, mediando así el
mundo. Además de describir lugares y personas, así como el viaje en sí, la
escritura de viajes también tiende a abordar las condiciones del propio viaje.
Relacionada en cuanto género
con las memorias antropológicas está la noción de "autoetnografía",
definida como "referida tanto a la etnografía del propio grupo como a la
escritura autobiográfica que tiene interés etnográfico"; de hecho, ambos
tipos pueden estar relacionados (Reed-Danahay 1997: 2). Una autoetnografía de
fronteras es ‘Illegal' traveller,[19] que combina el
trabajo de campo sobre inmigrantes indocumentados con descripciones de la
experiencia personal de tener que huir de Irán en circunstancias peligrosas. El
prefacio, fechado en 1987, comienza
Una fría noche de finales de febrero,
en una tierra yerma rodeada de enormes montañas escarpadas, me encontraba en
una carretera de grava como cualquier otra carretera de esta zona rural. Pasaba
la medianoche; todo el paisaje estaba envuelto en el silencio. La carretera
separaba Irán de Afganistán. Era la frontera. Envuelta en una quietud mortal
estaba la carretera, una de las más sanguinarias del mundo, al acecho de su
próxima presa. Era una noche sin luna. "¡Bien! La oscuridad nos
cobija", dijo mi contrabandista... "Si doy este paso, seré un
'ilegal' y el mundo nunca volverá a ser el mismo". Esa noche di ese paso y
comenzó mi odisea de "ilegalidad". (Khosravi 2010: ix)
Existen, de nuevo,
solapamientos entre las memorias y la autoetnografía, aunque una autoetnografía
antropológica suele distinguirse por tener una estructura teórica explícita y
sistemática que está orientada a explicar cómo una historia personal que reconoce
el poder y la desigualdad tiene un interés etnográfico general. Esto se ha
denominado autoetnografía crítica (Reed-Danahay 2019). Las experiencias de la
cita anterior, y otras posteriores sobre cómo es ser refugiado en Estocolmo,
también se recogen en artículos de opinión para periódicos como The Guardian y
The New York Times (Khosravi 2020). A diferencia de escribir antropología,
escribir periodismo siempre requiere un estilo accesible, frases cortas y un
punto clave introducido al principio del texto. Si se utilizan ideas
antropológicas, hay que explicarlas a un público general. La mayoría de las
veces, los artículos periodísticos están relacionados con un acontecimiento
urgente de la actualidad. Suelen ser mucho más breves y limitados en su alcance
que la mayoría de los académicos. Además, los editores suelen decidir el
titular, lo que difiere drásticamente de lo que acostumbran los académicos. Una
vez más, los límites con la escritura antropológica son difusos, ya que algunos
antropólogos que escriben habitualmente comentarios periodísticos influyentes
sobre temas de actualidad se convierten en intelectuales públicos, con lo que
pueden mejorar su reputación académica. Esto se denomina a veces antropología
pública, considerada por muchos crucial para comprender la vida pública, pero
que requiere un refinamiento del arte de la narrativa, así como una renuncia al
análisis árido (Eriksen 2005). Además, se puede considerar que los antropólogos
que escriben periodismo devuelven a su escritura antropológica rasgos
estilísticos como la lucidez. El periodismo en la antropología es –como
suele ocurrir– un tópico doble, que comprende tanto a los
antropólogos que escriben periodismo como al estudio antropológico de los
mundos del periodismo y la escritura periodística (Boyer 2005, 2013; Hannerz
2004; Boyer & Hannerz 2006). Writing future worlds[20]
(Hannerz 2016) investiga el nuevo género de escenarios futuros especulativos –como
la idea del "choque de civilizaciones"– que impacta en el debate y la
comprensión globales. En cuanto a las etnografías del periodismo, existe, por
ejemplo, un estudio sobre los antiguos periodistas de Alemania Oriental y sus
intentos de explicar la vida en la Alemania posterior a la unificación, que
plantea complicadas cuestiones sobre la nación y la modernidad (Boyer 2005).
Siguiendo en Alemania, otro estudio se centra en las empresas periodísticas, y
en cómo las tecnologías digitales de la información y la comunicación han
transformado la forma de trabajar de los periodistas (allí como en otros
lugares): se encuentran en un paisaje que cambia rápidamente, y en el que las
redes sociales son un actor principal y contribuyen a que su autoridad,
experiencia y habilidades se vean cuestionadas (Boyer 2013). Más en la línea de
los escritores de viajes, los corresponsales extranjeros –según
los presenta un estudio realizado principalmente en Jerusalén, Tokio y
Johannesburgo– informan desde una parte del mundo a otra. Resulta
que en los distintos "ritmos" de los corresponsales surgen historias
únicas, aunque lo que escriben también está determinado por su país de origen y
sus intereses personales. Una de las conclusiones de este estudio es que tanto
los antropólogos como los corresponsales extranjeros tienen mucho que aprender
los unos de los otros cuando se trata de informar al público en general sobre
acontecimientos y gentes de lugares lejanos (Hannerz 2004).
La frecuente mezcla de
géneros de escritura ha atraído mucha atención. De hecho, "ha habido una
enorme mezcla de géneros en la ciencia social, así como en la vida intelectual
en general, y (...) tal confusión de clases continúa todavía"[21]
(Geertz 1980: 1659). Un tipo de mezcla de géneros es la monografía Lost in
transition (Ghodsee 2011), sobre la caída del comunismo en Bulgaria, donde
los capítulos etnográficos se alternan con capítulos escritos como ficción
etnográfica. Más a menudo, la mezcla de géneros en la antropología toma la
forma de textos individuales, identificados como combinaciones de etnografía y
no ficción creativa, memorias y artículos de opinión. La mezcla de géneros ha
sido fundamental para el desarrollo intelectual y metodológico de la
antropología. Fomenta la creatividad y sugiere un lenguaje para aproximarse a
decir lo indecible, además de generar nuevos enfoques e ideas para la
investigación, aunque a menudo se pase por alto en las listas de clasificación
académica y los índices de citas.
Conclusiones y
perspectivas
Como disciplina, la
antropología se basa en la escritura académica. Sin embargo, el énfasis en el
oficio de escribir es relativamente reciente en la historia de la disciplina.
Los antropólogos siguen acentuando su identidad como escritores, recurriendo a
la literatura, así como a diferentes géneros de escritura antropológica como la
no ficción creativa, las memorias, la autoetnografía, la escritura de viajes y
el periodismo. Nuestro continuo perfeccionamiento de la escritura como
habilidad mejora el conocimiento que somos capaces de producir y transmitir, a
veces incluso proporcionando relatos más precisos de la vida social que el
trabajo académico convencional. La escritura en colaboración ha aumentado tanto
con las personas que estudiamos, en un intento de empoderarlas y aprovechar su
experiencia, como con colegas de otras disciplinas, en parte como respuesta a
las peticiones de los organismos de financiación de la investigación. También
hay un interés creciente por trabajar con artistas visuales, especialmente
gráficos, como ejemplifica Light in dark times[22]
(Waterston & Hollands 2020). Los formatos de publicación también se han
vuelto más flexibles: se publican pequeños libros, ensayos sobre temas de
actualidad y conversaciones en revistas, entre muchos otros tipos de
publicaciones. El auge de la publicación digital aumenta esta flexibilidad, ya
que ahora se mantienen debates antropológicos en Twitter y en blogs como
AnthroDendum.[23] Hay un auge de relatos honestos sobre cómo se componen
realmente los textos antropológicos que describen el papel de la creatividad
personal, la formación académica y la biografía en la forma en que se formulan
los argumentos, así como el impacto de las rutinas de escritura. Combinan la
escritura con un toque personal con la responsabilidad académica, al tiempo que
reclaman estilos accesibles (Nielsen & Rapport 2018; McGranahan 2020). En
el futuro, con una mayor diversidad en los estilos de escritura antropológica, su
formatos y medios de difusión, las preguntas sobre cómo evaluar la calidad
serán aún más acentuadas y debatidas. Es importante destacar que existe una
conciencia cada vez mayor de que la escritura puede y debe ser una fuerza
impulsora en el proceso de descolonización de la antropología (Pandian 2017;
Ulysse 2020; Tapsell 2020), lo que indica que este es un momento decisivo para
reconsiderar los estilos de escritura.
Notas
[1] Wulff, Helena (26/02/2021):
“Writing anthropology”. The Open Encyclopedia of Anthropology (OEA),
edited by Felix Stein. Facsimile of the first edition in The Cambridge
Encyclopedia of Anthropology. (http://doi.org/10.29164/21writing). Traducción: Fernando Alberto Balbi (ICA, FFyL-UBA /
CONICET). Este
texto se encuentra publicado en la OEA bajo una Licencia Creative
Commons Atribución-NoCommercial 4.0 Internacional. La presente traducción es
sólo a fines educativos.
[2]
[Nota del traductor – Se refiere
al debate iniciado por el libro Writing culture... (Clifford &
Marcus 1986), que se centró en las ideas de que lo que los etnógrafos hacían
era, ante todo, escribir, y de que lo que escribían eran representaciones de
las culturas que abordaban. Optamos por mantener la expresión en inglés].
[3]
[Nota del traductor – El
antropólogo como escritor].
[4]
[Nota del traductor – Hay
traducción al castellano: Geertz, C. 1987: La interpretación de las culturas.
Barcelona, Gedisa].
[5] [Nota
del traductor – Los fragmentos del texto de Geertz han sido tomados de las
pp. 340 y 341 de la edición en castellano, ya citada].
[6] [Nota del traductor – Cuando leen lo que
escribimos].
[7] [Nota del
traductor – En el original, “new public management”].
[8]
[Nota del traductor – En el
original, “management”].
[9]
Tichenor, M. 2020. Metrics. En The Cambridge Encyclopedia of Anthropology
(eds.) F. Stein, S. Lazar, M. Candea, H. Diemberger, J. Robbins, A. Sanchez
& R. Stasch (disponible en línea: http://doi.org/10.29164/20metric). [10]
[Nota del traductor – Hay
traducción al castellano: Barth, F. (Ed.) 1976: Los grupos étnicos y sus
fronteras. México, FCE].
[11] Clifford
Geertz (1988) considera autores especialmente a Bronislaw Malinowski, Ruth
Benedict, E.E. Evans-Pritchard y Claude Lévi-Strauss. [12]
Varios volúmenes combinan la antropología con la literatura, como Dennis &
Aycock (1989), Benson (1993), Daniel & Peck (1996), De Angelis (2002) y
Cohen (2013).
[13]
[Nota del traductor – Existen
múltiples ediciones en castellano bajo el título A sangre fría].
[14]
La Society for Humanistic Anthropology es una sección de la American
Anthropological Association. Véase también la revista en línea Otherwise
(https://www.otherwisemag.com/). [15]
[Nota del traductor – La
observadora vulnerable].
[16]
[Nota del traductor – Las guerras
de mi padre].
[17]
[Nota del traductor – Mi vida como
espía].
[18]
[Nota del traductor – Hay edición
en castellano: Lévi-Strauss, C. 1976: Tristes trópicos. Buenos Aires,
EUDEBA].
[19]
[Nota del traductor – Viajero ‘ilegal’].
[21]
[Nota del traductor – La traducción de este pasaje fue tomada de la
versión del texto en castellano: Geertz, C. 2003: “Géneros confusos. La
refiguración del pensamiento social”. En: Geertz, C., Clifford, J. y otros, El
surgimiento de la antropología posmoderna. (C. Reynoso, Ed.). Barcelona,
Gedisa, p. 63].
[22]
[Nota del traductor – Luz en tiempos obscuros].
Nota sobre la colaboradora
Helena Wulff es profesora del
Departamento de Antropología Social de la Universidad de Estocolmo. Su
investigación actual se centra en la escritura de los inmigrantes en Suecia. Es
editora de The anthropologist as writer: genres and contexts in the
twenty-first century (2016, Berghahn) y autora de Rhythms of writing: an
anthropology of Irish Literature (2017, Bloomsbury).
Profesora Helena Wulff,
Departamento de Antropología Social, Universidad de Estocolmo, SE-10691
Estocolmo, Suecia.
helena.wulff@socant.su.se
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