sábado, 4 de mayo de 2024

ADELANTO: PRESENTAMOS LA INTRODUCCIÓN DEL LIBRO "LA PRODUCTIVIDAD SOCIAL DE LOS PROCESOS POLÍTICOS. MIRADAS ANTROPOLÓGICAS"

La Editorial Antropofagia Y el Grupo de Investigación en Antropológica Política y Económica Regional (GIAPER) acaban de lanzar el libro La productividad social de los procesos políticos. Miradas antropológicas, compilado por Fernando Alberto Balbi y Julieta Gaztañaga. El libro reúne textos de sus editores, Adrián Koberwein, Laura Ferrero, Joaquín Coto y Agustina Zeitlin, en los cuales se aborda en términos teóricos y empíricos el análisis antropológico de la ‘productividad social’ de los procesos políticos: es decir, de las formas en que, en las sociedades estatales modernas, dichos procesos dan lugar a la valorización de ciertos ‘objetos’ (regulaciones, formas de comportamiento, modalidades de relación social y de agrupamientos más o menos institucionalizadas, sujetos, identidades, representaciones, saberes, espacialidades, etc.),  conduciendo a su definición y reconocimiento como socialmente necesarios y, consecuentemente, como objetos apropiados y apropiables del accionar político en general y estatal en particular. La versión electrónica del libro ya se puede adquirir aquí

POTLACH - ANTROPOLOGÍA Y POLÍTICA presenta en exclusiva la introducción del libro.


ADELANTO

PRESENTACIÓN 

HACIA UN ANÁLISIS ANTROPOLÓGICO DE LA PRODUCTIVIDAD SOCIAL DE LOS PROCESOS POLÍTICOS 

Julieta Gaztañaga [1] 
Fernando Alberto Balbi [2] 


[En: La productividad social de los procesos políticos. Miradas antropológicas. Fernando Alberto Balbi y Julieta Gaztañaga (Compiladores). Buenos Aires: Editorial Antropofagia].


Plaza de Mayo, 24 de marzo de 2023. Fotografía: Fernando A. Balbi

La tendencia hegemónica del pensamiento político occidental contemporáneo encuentra su punto de inflexión en la introducción del concepto de ‘lo político’ operada por Karl Schmitt en la década de 1930. Aunque este concepto tiene raíces más lejanas en el tiempo, desde entonces encontramos que, asumiendo fines normativos, cuasi-filosóficos, los intentos más ambiciosos de pensar los fenómenos políticos desde las ciencias sociales han tendido a girar en torno de la distinción entre lo instituyente y lo instituido. Esta tendencia es denotada por la distinción terminológica que opone y relaciona a ‘lo político’ y ‘la política’, y que se prolonga en la diferenciación entre lo político y la ‘sociedad política’ o, simplemente, la ‘sociedad’ o ‘comunidad’. El problema es que, si bien se trata de distinciones presentadas como heurísticas —esto es, como parte de una operación analítica que diferencia ‘momentos’ lógicos a fines analíticos—, en la práctica, su uso deviene rápidamente en un operador totalmente naturalizado que se carga inadvertidamente de contenido empírico. Y, como resultado de ese deslizamiento, el pensamiento político tiende a reproducir de manera acrítica los elementos clave que distinguen la génesis y la praxis del pensamiento burgués, que son las distinciones presuntamente empíricas entre la política y la sociedad, y entre aquella y la economía. En este sentido, la atención prioritaria que la teoría política contemporánea brinda a ‘lo político’ prolonga las premisas ideológicas que están en la base de la división del trabajo entre las ciencias políticas, la economía y la sociología, y que tanto hacen para limitar nuestra capacidad de entender adecuadamente el mundo que habitamos.

El resultado de todo esto es, primero, la producción de una serie de distinciones cuyo valor empírico tiende a ser dado por sentado, reificando tanto a las supuestas ‘esferas’ que serían propias de la Modernidad (la política, la economía, la sociedad) como a los ‘momentos’ de lo instituyente (lo político) y lo instituido (la política y la sociedad). Luego, inevitablemente, se genera la necesidad de conectar analíticamente aquello que se ha dado por separado (la economía con la política, ésta con la sociedad, lo político con la política, lo político con la sociedad), con el agravante de que esa necesidad no es reconocida como un efecto de teoría, sino que se aparece como un correlato del supuesto carácter empírico de los fenómenos analizados. Y, finalmente, el foco de la teoría política, así como el de los estudios empíricos —históricos, sociológicos y politológicos— que asumen sus premisas, se desplaza hacia el determinación y el análisis de ‘momentos’ tenidos como de importancia capital, sea porque se piensa que son instituyentes, fundantes de comunidades políticas, sea —en estudios que, aunque tienen su especificidad teórico-metodológica, no alcanzan a escapar de esta tendencia dominante, como es el caso de los que se centran en la historia de los lenguajes políticos o en la historia conceptual— porque priorizan el análisis del establecimiento de posibilidades discursivas o de horizontes de expectativas, con el resultado de que la productividad de la política —en cuanto diferente de lo político— es abandonada como objeto de estudio, dejándola en mano de colegas menos preocupados por detectar grandes momentos de inflexión.

Más allá de los méritos que cabría reconocer a los autores que son, en una u otra medida, herederos de esta tradición intelectual, importa en estas páginas señalar su escasa productividad desde el punto de vista del análisis antropológico de la política. O aún más, su problematicidad, especialmente a la hora de producir análisis etnográficos y situados de procesos políticos, ya que el sustrato normativo que requieren los supuestos y movimientos analíticos de aquellos enfoques hegemónicos choca frontalmente con las premisas teórico-metodológicas de la antropología social.

Ante todo, las y los antropólogos tendemos a abstenernos de dar por sentada la segmentación de la vida social que presupone el pensamiento burgués, y preferimos analizar las maneras en que  múltiples sujetos social e históricamente situados producen activamente a la política, la economía, etc., —producción que hay que entender en el doble sentido de que esos sujetos formulan (y disputan en torno de) las formas en que se las entiende, y desarrollan las actividades que son objeto de esas formulaciones—. Así, en términos generales, quienes practicamos la antropología encontramos que las sociedades modernas no están realmente divididas en esferas empíricamente distinguibles, y que, aunque es cierto que las actividades que llamamos ‘políticas’, económicas’, etc. giran en torno de estructuras institucionales especializadas (los organismos estatales, los partidos políticos, las empresas, etc.), no se identifican con ellas ni se encuentran contenidas en ellas.

En segundo lugar, nuestro interés tiende a centrarse, precisamente, en aquello que queda fuera del alcance de las perspectivas que separan lo instituyente de lo instituido: esto es, en la vida cotidiana, en el flujo continuo de la vida social, del cual los ‘momentos’ que pueden entenderse como puntos de inflexión, crisis, eventos fundacionales, etc. son una parte integral, más que un opuesto lógico (y, tácitamente, empírico). Desde este punto de vista, la distinción entre lo instituyente y lo instituido tiene un valor heurístico muy relativo, el cual, en todo caso, resulta más de su eventual aparición en los puntos de vista de los actores —incluyendo a los filósofos y a los científicos sociales con aspiraciones normativas— que de sus supuestas virtudes analíticas y/o empíricas.

Plaza de Mayo, 24 de marzo de 2023. Fotografía: Fernando A. Balbi

Esto nos conduce directamente hacia el tercer aspecto de las tendencias hegemónicas en la teoría política que, a los fines de la antropología social, resulta problemático, el cual es, en gran medida, un derivado del punto anterior: su desatención hacia las ‘perspectivas nativas’, es decir, hacia los marcos de referencia más o menos compartidos, pero siempre heterogéneos y cambiantes, que los sujetos social e históricamente situados producen y sostienen respecto de su propia vida social y por lo que aquí nos interesa— de la política. En efecto, los procedimientos que suponen centrarse en los momentos supuestamente instituyentes o en aquellas coyunturas en que se engendran ‘posibilidades discursivas’ u ‘horizontes de expectativas’, obliteran la posibilidad de atender a la variabilidad y el carácter más o menos dinámico de los puntos de vista presentes en cualquier medio social en un momento dado: de esta manera, como solemos decir los antropólogos, se hace imposible atender seriamente a las perspectivas nativas respecto de la política (y de cualesquiera otros asuntos relacionados).

Este libro presenta resultados de dos proyectos de investigación desarrollados desde la antropología de la política y, en ese sentido, explora las posibilidades de una aproximación a los fenómenos políticos que se aparta de la tendencia hegemónica. Aquí, la política nos interesa en cuanto un flujo continuo de actividad de sujetos social e históricamente situados —y no en cuanto una esfera de la vida social ni como un momento de esta que sería instituido pero no instituyente—, y aspiramos a aprehenderla mediante una estrategia analítica que apunta, a la vez, a hacer de sus marcos de referencia más o menos compartidos un analizador de los fenómenos abordados, y a tratarlos como una parte integral de estos.

Los proyectos mencionados en el párrafo anterior fueron el resultado de preocupaciones teóricas compartidas por colegas que hemos formado parte durante largo tiempo del Grupo de Investigación en Antropología Política y Económica Regional (GIAPER), que tiene su sede en la Sección Antropología Social del Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (SEANSO-ICA, FFyL-UBA). Desde fines de la década de 1990, antes incluso de adoptar este nombre, el GIAPER viene desarrollando una serie de proyectos de investigación grupales que, a su vez, han articulado numerosas investigaciones individuales, todas ellas relativas al análisis antropológico esto es, etnográfico, comparativo y procesual— de la política. En ese marco, algunos de nosotros comenzamos a preguntarnos por una serie de cuestiones que consideramos interrelacionadas (la productividad social de los procesos políticos; el papel del valor, y de diversas formas de valorización y desvalorización en ese marco), lo que dio lugar a la formulación de las investigaciones grupales de donde resulta este volumen: el proyecto “Producción social y valorización en los procesos políticos. Un análisis antropológico” (Programación UBACyT  2018 - 2020, Cód.: 20020170100644BA), dirigido por Fernando Alberto Balbi y codirigido por Julieta Gaztañaga, del que participaron Laura Ferrero como investigadora en formación y Joaquín Coto como becario doctoral; y el proyecto “Los procesos políticos en tanto procesos de valorización. Un análisis antropológico” (PIP 2017-2019, CONICET, Cód.: 11220170100797CO), del que Balbi fue Investigador Responsable y en el que Adrián Koberwein se desempeñó como investigador.[3] Como tantos proyectos anteriores desarrollados desde el GIAPER, estos fueron concebidos para hacer de las investigaciones empíricas de sus integrantes un ámbito propicio para el abordaje de los problemas teórico-metodológicos planteados, en torno de los cuales se organizaron nuestros objetivos e hipótesis de trabajo. Los textos reunidos en este libro presentan resultados relativos tanto a esos problemas como a algunas de las líneas de trabajo individuales que formaron parte de estos emprendimientos colectivos; la única autora que no fue parte de los equipos de estos proyectos, María Agustina Zeitlin, presenta aquí resultados relacionados con su tesis de maestría, que fue dirigida por Gaztañaga y dialoga con nuestros trabajos.

Nuestros proyectos apuntaron a contribuir en términos teóricos y empíricos al análisis antropológico de las formas en que, en las sociedades estatales modernas, los procesos políticos ―que involucran a una multiplicidad de actores y agencias, incluyendo a los que en principio aparecen como estatales― dan lugar a la producción de regulaciones, formas de comportamiento, modalidades de relación social y de agrupamientos más o menos institucionalizadas, sujetos, identidades, representaciones, espacialidades, etc. Nos referimos a esto, de manera sintética, como la ‘productividad social’ de los procesos políticos. Prolongando la estrategia analítica adoptada por el equipo de investigación formado en 1986 bajo la dirección de Mauricio Boivin y que tuvo a Ana Rosato como investigadora —el antecedente más lejano de lo que, ya en 2007, sería el GIAPER—, apelamos a esos procedimientos básicos de nuestra disciplina que son la etnografía, la comparación y el análisis procesual para avanzar en el esclarecimiento de los fundamentos de la productividad de los procesos políticos: esto es, de las condiciones sociales, procedimientos y capacidades que la constituyen.

Abordamos, entonces, diversas líneas de investigación asumiendo, en función de nuestros trabajos previos y de una literatura que el lector encontrará detallada en las páginas que siguen, que ninguna actividad política puede proceder o realizarse sin alguna noción de ‘valor’ que venga a fundar sus objetos y procedimientos. En este sentido, entendimos que la política puede ser entendida no como una lucha por apropiarse del valor sino por establecer qué es el valor —esto es, por el establecimiento de lo socialmente necesario, de las metas merecedoras de un proyecto de vida individual y colectivo—, y por hacer de este un ‘valor en acción’, operacionalizándolo creativa e imaginativamente en función de objetivos particulares (véase el capítulo de Julieta Gaztañaga) en condiciones sociales que establecen límites efectivos y ejercen presiones constitutivas respecto de esa operacionalización.

Colocadas la producción y la operacionalización del valor en el centro de nuestras preocupaciones, trabajamos en torno de dos hipótesis de trabajo. La primera, fue la de que la clave para entender la productividad social de los procesos políticos radica en considerarlos como tendientes a producir una valorización de ciertos ‘objetos’ conduciendo a su definición y reconocimiento como socialmente necesarios y, consecuentemente, como apropiados y apropiables para el accionar político en general y estatal en particular (el lector podrá apreciar que, de una u otra manera, todos los capítulos de este libro giran en torno de esta hipótesis). Entre tanto, nuestra segunda hipótesis fue que los procesos de valorización observan un doble carácter, en cuanto la valorización de ciertos objetos comporta la desvalorización de otros, ya sea en tanto ‘descarte’ de valores alternativos potencialmente productivos, ya en la forma de una ‘valorización negativa’ de determinados objetos que aparece como un complemento necesario para poder valorizar aquello que está siendo valorizado (véase el capítulo de Fernando Alberto Balbi y Laura Ferrero).

Plaza de Mayo, 24 de marzo de 2023. Fotografía: Fernando A. Balbi

Un punto para destacar es que nuestros proyectos no fueron pensados con el propósito —que cabía estimar vano— de agotar las cuestiones teórico-metodológicas que acabamos de esbozar, sino con el de propiciar su problematización desde un punto de vista antropológico, es decir, su abordaje en el marco del análisis etnográfico y comparativo de una variedad de procesos políticos. Así, no apuntamos tanto a ‘fijar’ un punto de vista unificado que pudiera ser considerado como un ‘resultado’ de nuestro trabajo —que es la finalidad implícita en el diseño estándar de los proyectos de investigación— como a crear posibilidades para la producción teórico-metodológica en el curso mismo de los análisis etnográficos —que es, o solía ser, el ideal de la antropología social—. En este sentido, los capítulos que siguen no presentan una perspectiva teórica unificada, e incluso están atravesados por divergencias, y, además, tienden a internarse por caminos diferentes, siguiendo en cada caso interrogantes surgidos del encuentro entre las orientaciones teóricas de las y los autores y las particularidades de los materiales relativos a sus investigaciones empíricas. Esto resulta particularmente evidente en los tres primeros capítulos, que tienen las características de ensayos dedicados a diversos aspectos del problema general de la productividad de los procesos políticos. Abrazando esta diversidad, hemos preferido titular este apartado como “presentación”, en lugar del más convencional “introducción”, y evitar cualquier intento de síntesis para, en cambio, dedicar apenas unas pocas líneas a cada capítulo e invitar a los lectores a acompañar el detalle de cada análisis en sus páginas.

Los autores de los dos primeros capítulos se apropian creativamente de la teoría del valor del malogrado David Graeber para avanzar en el desarrollo de aportes personales al análisis de los problemas que son objeto de este libro. En “Federalismo y Abertzalismo. Valores de nación, totalidades sociales significativas y la productividad de la política”, Julieta Gaztañaga equipara el problema de la productividad social de la política al de su carácter “emergente y generativo”, atendiendo centralmente a la “imaginación política” y a tratando a la acción social como una actividad creativa. En este contexto, Gaztañaga reelabora el tema graeberiano de la relación entre la creación de valor y las totalidades sociales significativas a la luz del tratamiento comparativo de sus análisis etnográficos del federalismo en la Región Centro de nuestro país y del abertzalismo vasco, a los que trata como valores de nación, pero no en el sentido de adjetivaciones que introducen alternativas a la condición actual de cada Estado-Nación, sino como “valores en acción” que, al mover a la creación de totalidades socialmente relevantes que son, a la vez, imaginarias y reales, proyectadas e indeterminadas, permiten accionar proyectos políticos. Interesa aquí señalar que, en el análisis de Gaztañaga, el carácter “instituyente” de la puesta en acción del valor nacional discute con las tendencias hegemónicas antes señaladas y se apoya, en cambio, en la propuesta de una “política de producción continua”, a diferencia de momentos extra-cotidianos que supuestamente operarían como puntos de inflexión de la vida política.

Por su parte, en Ambiente, política y valor. De totalidades ficticias y del lugar de la teoría, Adrián Koberwein recupera la idea de Graeber de que la realización del valor depende de la producción de totalidades para argumentar que la teoría es un recurso fundamental para poder producir totalidades alternativas o de oposición a las establecidas, a través de las cuales imaginar y poner en práctica el cambio —un punto teórico (y político) general que el autor desarrolla en torno del análisis de problemáticas ambientales—. Aquí, el tema graeberiano es apenas el punto de partida de un emprendimiento dirigido al análisis crítico y la desarticulación de lo que Koberwein denomina “totalidades ficticias” —esto es, “teorías del poder” que están inscriptas en la vida social y operan como parámetros de valorización de la acción—, y particularmente aquellas que operan en los debates y acciones alrededor de la llamada “crisis ambiental”, tres de las cuales son sometidas a escrutinio en el texto. El argumento gira en torno del carácter productivo de esas totalidades ficticias, de su capacidad de producir cosas y relaciones, y de la forma en que conducen a una “parálisis teórica, imaginaria y política”, que, según el autor, sólo sería pasible de ser superada mediante la producción de una noción de totalidad que sea “operativa y concreta”.

Si en los capítulos que acabamos de reseñar el foco de la atención es el carácter imaginativo de la política, en “Política, valorización y desvalorización”, Fernando Alberto Balbi y Laura Ferrero priorizan el análisis de la condición socialmente situada y determinada de los procesos políticos, así como el de sus efectos no intentados por los actores. Asumiendo una posición crítica para con la teoría graeberiana del valor, los autores distinguen a fines analíticos entre la “producción social de valor” y la “valorización”, que entienden como la producción social del valor de cierto asunto (una relación social o una trama de relaciones, una forma institucional, una política pública, etc.). Los autores desarrollan una caracterización preliminar de la especificidad de la política en cuanto instancia del “flujo de actividad productiva” que, desde su punto de vista, es la vida social, descartando de plano la oposición entre momentos instituyentes e instituidos. En ese sentido, afirman que la política es una actividad de valorización orientada, en última instancia, a la definición y concreción de fines en nombre de la comunidad —lo que, por cierto, comporta la posibilidad de apelar a recursos considerados como pertenecientes a esta—. La contracara de la valorización, sin embargo, es la “desvalorización”, que resulta tanto de la naturaleza agonística de la política como de los efectos no intentados de algunos procesos de valorización, cuestiones que Balbi y Ferrero examinan apelando al análisis etnográfico y comparativo de los “republicanismos”, un conjunto de modos de hacer política fuertemente desarrollados en nuestro país de un tiempo a esta parte.

Plaza de Mayo, 24 de marzo de 2023. Fotografía: Fernando A. Balbi

A diferencia de los tres primeros capítulos, que tienen el carácter de ensayos teórico-metodológicos resultantes de análisis etnográficos y comparativos, los dos restantes presentan resultados de investigaciones empíricas que ponen en juego algunas de las cuestiones más generales que fueron problematizados en nuestros proyectos. En “Entre la pureza y el barro. La protección de las ideas de la libertad en la política”, Joaquín Coto retoma el problema de la valorización en el marco de un análisis etnográfico de los modos de hacer política de un conjunto de actores que se consideran como liberales y que el autor caracteriza como un “grupo de élite” que se distingue de otros actores que usan la misma expresión para nombrarse. El autor muestra que los miembros de esta élite consideran a las “ideas” como determinantes de la conducta —que siempre es individual— y, en particular, a las llamadas ideas de la libertad como la fuente última del “progreso material, intelectual y moral”. Recuperando consideraciones de Graeber, Coto muestra que las ideas de la libertad pueden ser entendidas como un valor, y que se presentan, a los ojos de los actores, en una forma reificada y fetichizada, de modo que se les aparecen como la fuente del valor que transmiten. Así, la valorización de las ideas de la libertad, de los liberales en cuanto individuos, y de la propia élite se yerguen como procesos estrechamente interrelacionados. En este marco, los actores entienden sus propias prácticas como divididas entre la batalla cultural, tenida por necesaria para difundir las ideas de la libertad, y la política, considerada también como necesaria, pero, a la vez, como inferior y contaminante, en el sentido de que, en ella, las ideas de la libertad deben ser negociadas y asumen una forma impura.

Finalmente, en “De La Querella al partido. La lucha de La Lorca a favor de la república y lo nacional y popular”, María Agustina Zeitlin analiza el surgimiento de una agrupación política que intervino y trabajó en el contexto de la acción judicial desarrollada en la Argentina contra los crímenes cometidos en España durante la dictadura franquista. En efecto, la agrupación Federico García Lorca —para los actores, La Lorca— surge en el marco de La Querella argentina, que, como muestra la autora, “además de una causa judicial es un proceso político”. Los miembros de La Lorca evocan un compromiso con una historia —muchas veces familiar— vinculada a España y a la República, y su militancia en la agrupación deriva de la transmisión de esos valores e ideología por parte de sus ascendentes, así como de su socialización en la política argentina y del aprendizaje desarrollado en el marco del movimiento de derechos humanos local. Así, la agrupación se concibe como distinguida por su carácter popular y nacional (en el ámbito argentino) y por su compromiso transnacional (asociado a la colectividad española y a la querella contra el franquismo, que congrega a víctimas de crímenes contra los derechos humanos). Zeitlin muestra los miembros de La Lorca tratan como centrales a los “lazos de sangre”, los “valores familiares” y el “valor sagrado de la responsabilidad hacia el antepasado”, y que sus dirigentes tenían el objetivo político de ocupar los espacios en que se organizaba la vida de la colectividad española en Argentina, lo que los condujo a establecer relaciones con los partidos políticos españoles considerados como afines a su propia orientación. En este contexto, la figura del “familiar” se politiza, con lo que movimientos locales como los de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo se tornan en parámetros del hacer política en torno de la búsqueda de justicia. 

***

Llegados a este punto, solamente nos resta dejar constancia de algunas expresiones de agradecimiento.

Comenzando por el plano institucional, agradecemos el apoyo de la Universidad de Buenos Aires a través del proyecto “Producción social y valorización en los procesos políticos. Un análisis antropológico” (Programación UBACyT  2018 - 2020, Cód.: 20020170100644BA), así como el del CONICET,  materializado en el proyecto “Los procesos políticos en tanto procesos de valorización. Un análisis antropológico” (PIP 2017-2019, Cód.: 11220170100797CO). Asimismo, cabe mencionar al Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, sede del Programa de Investigación en Antropología Política y Económica Regional (la expresión formal del GIAPER en este contexto), del cual forman parte ambos proyectos, y que es, además, nuestro lugar de trabajo.

Luego, en nuestra condición de editores, agradecemos muy especialmente a Adrián Koberwein, Laura Ferrero, Joaquín Coto y María Agustina Zeitlin por su participación, que en cada caso ha enriquecido las páginas de este libro.

Finalmente, y ya a título personal, quisiéramos cerrar estas breves páginas agradeciendo a nuestros maestros y amigos, Ana Rosato y Mauricio Boivin, sin quienes este libro, como tantas otras cosas que lo precedieron, no hubiera sido siquiera imaginable.


Notas

[1]  Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas. Sección Antropología Social. CONICET. Buenos Aires, Argentina.

[2]  Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas. Sección Antropología Social. CONICET. Buenos Aires, Argentina.

[3]  Otros participantes de ambos proyectos, en uno u otro momento de su inusualmente larga y accidentada ejecución, que se vio atravesada por la pandemia, fueron: Brenda Canelo (en el PIP-CONICET 2017-2019); Ana Guglielmucci, Ana Fernández Larcher, y los estudiantes de grado de Ciencias Antropológicas de FFyL-UBA Verónica Casas, María Delfina Castellú, Juan de Andrade, Julián Elder y Emanuel Maddalena (en el UBACyT 2018-2020).



Reproducido con el permiso de los editores.

POTLACH – Antropología y Política - ISSN 2953-5891


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